FIN DE FUGA
SER SIN ESTAR
18.15 con las maletas ante un vagón cualquiera. Tomas asiento, colocas el equipaje como puedes y cierras los ojos. No quieres verte partir. La ausencia de tu padre en el andén, la de aquella amiga que te estrechaba temblando contra el pecho. Y ahora comprendes el porqué de esos dos verbos esenciales que en otras lenguas no se dividieron: Ser sin estar, estar sin continuar siendo la mujer que levantaba horizontes en cada estación de un trayecto indefinido.
Se había agotado el tiempo para imprimir tus huellas en esa tierra baldía, abandonada por muchos de los que hubieran tenido fuerzas para hacer brotar un vergel en los desiertos. No estar ya nunca, expulsada en cuerpo y alma de los remotos parajes en los que la memoria hubiera encontrado reposo. Las visitas a la cárcel, donde Iñaki pasó vuestros dos años de matrimonio como presunto miembro de una organización terrorista. Y el rechazo cuando volvió, a pesar de tu estúpida fidelidad y espíritu de sacrificio. Una mirada crispada que te forzaba a distanciarte de su casa, de tu casa, cuando ya brotaba de los rincones la arquitectura de una nueva celda.
Llegaste a París con una dirección, un buen diccionario y ropa de abrigo para soportar el invierno. Nicole te dijo que tenías la mirada de quien acababa de atravesar una tormenta de arena.
A las 9.30 en París. Un taxi hasta el hotel, y desear otra vez ir de café en café por el Quartier Latin, ahora que la nena está al cuidado de la abuela.
Por qué no regresamos a París, Gerard. Para acabar al fin, mejor que sea junto al Sena. No te hablo ya de España, pero el tiempo pasa, el tiempo se nos echa encima. Ya sabes que soy muy inquieta y no descanso en paz en cualquier parte. Imagínate que utilizan nuestros huesos para rellenar los huecos que dejó el telón de acero en Berlín. Claro que sí, que seguirá habiendo huecos y zanjas en veinte o treinta años. Estos se creen que la historia cambia de página en un abrir y cerrar de ojos, así por las buenas. Pues mira la ex-franja de muro donde colocamos el grill la otra noche, se pone uno idílico y hasta parece que ya no huele a pesticida.
Dos días después, Berlín. Os conocen en los restaurantes, en los cines, en las tiendas. Sacas las mecedoras a la terraza y Gerard te cubre con una manta por si te quedas dormida. Sueñas con el mar, y él procura no mirarte porque los ojos ya casi te estallan naúfragos, intentando recuperar los restos de un navío que incendiaste hace hoy precisamente veinticinco años.
© Agencia Tess, 1989/1997, publicado en otra versión en la revista Tranvía como "Gebrochene Horizonte" de Teresa Delgado.
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