FIN DE FUGA
TIERRA BALDÍA
En la tierra baldía, que le sirve de paisaje a esta enredante metrópoli de provincias, detienes el coche y dejas que una guitarra costa oeste te produzca esa sensación de viaje hacia lo incierto que ya raramente encontrarás en tus idas y venidas con fecha, litera y destino de un extremo a otro de la vieja Europa transitable.
El cameraman que te acompaña se quita las gafas de sol y recorre con un dedo las líneas del plano de carreteras.
- Nos hemos perdido
Se le derrite una sonrisa de play boy principiante.
- ¿Has visto los cuervos?
- Lo que he visto es que está anocheciendo y no hemos probado bocado en todo el día. Daría lo que fuera por un entrecot con patatas y una botella de buen vino.
El entrañable prosaismo mesetérico se halla en proceso de descomposición. Llegará el día en que una enjuta mesonera te sirva un chuletón de ternera en recipiente de cartón y el vino en vaso de plástico.
No te habías dado cuenta cuando cargaste el equipaje de páginas hacia el exilio de que los países, los horizontes, los hogares hay que habitarlos para que no se eclipsen en un tiempo siempre forzado a interiorizar lo extraño. Y así habías renunciado a los parajes de encinas, a los pisitos de ladrillo poblados por una humilde casta sin ambición de existencia, a las sirenas de policía y al tranquilizador susurro de los grillos en las papeleras. No te habías dado cuenta de que se habían refugiado en ti miradas, lenguajes morenos que también emigraron hacia el frío y a los que sólo tendrías ya un acceso de sombras, elaboradas en alguna noche de sueño inquieto.
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