EL CAPOTE ROJO
Acabé al amanecer. Marta lo envió por fax a la redacción y yo avisé esa misma noche a mi padre
de que comprara la dichosa revista la semana siguiente. Le comenté que me había dado unos cuantos quebraderos de cabeza y la política no era lo mío pero, en fin, nos iban a pagar y yo estaba bastante pelada de dinero.
Olvidé el artículo y santas pascuas.
Mi padre no me llamó el jueves todo contento, ay hija tú en la prensa, sino el domingo, como siempre, y le costaba trabajo explicarme lo que había ocurrido.
- El artículo ha salido con tu nombre y el de la otra chica pero no es tuyo. Me juego lo que sea. Tiene párrafos muy mal escritos, le falta lógica y empieza apostando por una reunificación alemana inmediata.
Me pasé por casa de Marta y ella había recibido un ejemplar. Se reía, sí, se reía porque era increíble. La redacción, empeñada en darle la vuelta a lo que habíamos hecho, había convertido en hombres a todas las entrevistadas con nombres de mujer, de manera que Gudrun, como el resto de las alemanas, era un señor, no sabemos si con o sin bigote. Habían cantado el himno a la gran Alemania justo al principio y mezclado las voces de un Berlín que no conocían, de tal manera que muchos párrafos resultaban absurdos. Eso sí, el último contenía mis preciosas metáforas de entonces que, fuera de contexto, resultaban insufribles.
Nunca había tenido vocación de periodista ni tampoco había sido capaz de imaginarme que en la redacción no sólo se encargaran de ponerle tu firma a sus ideas sino también de triturarte el estilo. Para el futuro aprendí que mi nombre era capaz de pasearse por el mundo sin mi persona, lo cual ayuda a perder la timidez. Como ninguno de mis amigos solía leer aquella revista, di por zanjado el asunto. No conservo copia y espero que mi padre tirara la suya.
Para Marta supuso el comienzo de su carrera, ya que continuó enviando artículos hasta que volvió a España.
Yo había pensado comprarme un abrigo menos escandaloso con lo que me pagaran. Pero tardaron tanto que ya era casi primavera y me dedicaba a otros menesteres. Cambiábamos marcos del este por marcos del oeste en el mercado negro y comprábamos películas de super-8 rusas que rodábamos directamente en Berlín Este.
Conservé mi capote rojo en el armario como una pieza de museo. Si le veo otra vez los cuernos a un acontecimiento histórico, quisiera torearlo con más destreza.
© Agencia Tess, Fotos: Jakob Kirchheim
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